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Guía de Atún 2013

open-guia-atun-2013El atún es uno de los pescados favoritos en el mundo. En ensalada, en sandwich… proporciona una parte importante de la dieta de millones de personas. En el caso de España, es la conserva de pescado más consumida.

Pero este alto nivel de consumo, y la falta de políticas sostenibles por parte de las empresas que pescan y/o comercializan la conserva de atún ha hecho que la mayoría de las poblaciones de atún se encuentren sobreexplotadas. La sobrepesca, la pesca no selectiva y la pesca pirata está llevando a estos magníficos animales a una situación muy vulnerable.

Con esta primera edición de la guía de atún Greenpeace España ha evaluado a catorce conocidas marcas en nuestro país, tanto privadas como marcas blancas disponibles en la mayoría de los supermercados, para dar a conocer a los consumidores su compromiso con el futuro de nuestros océanos a través de la pesca de atún en base a seis criterios. Gracias a las demandas de los consumidores, que cada vez exigen más productos sostenibles, las empresas han comenzado a dar pasos para implementar prácticas que fomenten la conservación de los océanos. Sin embargo, aún queda mucho por hacer.

A nivel general, las marcas evaluadas fallan principalmente en sus políticas de sostenibilidad que son insuficientes o con falta de compromisos y objetivos claros. Muchas de ellas son muy poco sostenibles en cuanto a las poblaciones de atún de las que se surten así como los métodos de pesca, en el que destaca el cerco con FAD (dispositivos de agregación de peces). La información al consumidor es otra gran asignatura pendiente. Pese a la trazabilidad en la cadena de custodia, a día de hoy, el consumidor español poco sabe del atún que está comprando más allá del nombre comercial y los ingredientes adicionales que lo acompañan.

La industria en otros países ya está dando grandes pasos. Los supermercados y marcas de Reino Unido , Canadá, o Australia entre otros, ya han dado pasos importantes.

Qué esconde la etiqueta

etiquetaLa norma actual exige muy poca información a las etiquetas en las conservas de pescado, aún menos que en el pescado en fresco. Datos tan importantes como el método de pesca, el origen o la especie concreta quedan a iniciativa del fabricante, por lo que muchas veces las etiquetas no incluyen esta información.

Greenpeace demanda

Un etiquetado completo que permita al consumidor elegir el producto conociendo su sostenibilidad.

Demandas de Greenpeace en el etiquetado

1.- Nombre común/científico:

actualmente el nombre comercial es el único requisito de la etiqueta, pero esto no siempre identifica específicamente a la especies concreta de atún. Por ejemplo, el atún claro puede ser dos especies: atún rabil o atún patudo.

2.- Método pesca:

esta información es fundamental para saber si el atún proviene de pesca sostenible.

3.- Origen:

esta información es fundamental para saber si el atún proviene de una población sobreexplotada o no. Prácticamente ninguna marca lo incluye o incluye todas las zonas de pesca posibles.

4.- Elaborado por:

indicar el fabricante es obligatorio aunque puede inducir a error si el consumidor confunde esto con el orígen. Por ejemplo, un bonito del norte puede ser pescado en el Índico pero estar envasado en una conservera del Cantábrico.

openSpace-atunEl atún es el pescado favorito en el mundo. Proporciona una parte importante de la dieta de millones de personas. También es la esencia del exclusivo mercado del sushi y el sashimi. Las 5 principales especies de atún que se consumen son: atún rabil, listado, patudo, rojo y bonito del norte.

Globalmente, las poblaciones de atún se encuentran sobreexplotadas. Simplemente no hay suficientes peces para saciar el apetito voraz por el atún. La sobrepesca y la pesca pirata está llevando a estos magníficos animales a una situación muy vulnerable.

El atún rabil y el patudo (conocidos como “atún claro”) se encuentran a niveles insosteniblemente bajos en todos los océanos, y el ritmo de pesca sigue siendo elevado. De hecho el atún patudo está clasificado como “vulnerable” por la IUCN. Los stocks de atún rojo, la especie de atún más icónica y codiciada, han estado al borde del colapso y su pesquería se encuentra ahora en un plan de recuperación. El atún listado, uno de los más demandados, aún no se encuentra sobreexplotado, pero si la pesca continúa al ritmo actual, los stocks se colapsarán. Además, los métodos usados para pescar atún listado suelen atrapar juveniles de atún rabil y patudo, agravando la situación de estas especies.

Lejos de mejorar, la situación empeora. Los avances tecnológicos suponen que grandes barcos pueden pescar el mismo atún en dos días que algunos países costeros en todo un año. Gran parte del atún se captura con redes de cerco asociadas a FAD (Dispositivos Agregadores de Peces), una forma de pesca muy poco selectiva que captura otras especies como tiburones y tortugas así como juveniles de atún que aún no se han reproducido. El palangre industrial también tiene un nivel elevado de capturas accidentales, especialmente de tiburones.

La pesca pirata va en aumento en las pesquerías de atún de mayor valor, robando este pescado literalmente del plato de algunas de las comunidades más pobres del planeta. Algunas pesquerías legales están siendo cómplices al negociar con empresas y multinacionales el permiso para pescar atún en sus aguas dejando pocos beneficios a las comunidades locales.

Para salvar las poblaciones de atún y garantizar su futuro se deben crear Reservas Marinas en aquellas zonas más importantes para estas especies, luchar contra la pesca ilegal y favorecer los métodos de pesca sostenibles y la venta de los productos provenientes de este tipo de pesca en los supermercados.

Fuente: Greenpeace

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Trabajo esclavo y pescado tailandés barato

Aún está fresca la sangre de los más de 1.100 trabajadores del textil en Bangladesh que, el pasado abril, murieron aplastados al desplomarse el edificio en el que trabajaban con sueldos de miseria y en penosas condiciones de trabajo. La tragedia tuvo una trascendencia mundial, no solo por su magnitud, sino también porque reveló la responsabilidad de grandes multinacionales del sector cuyos estratosféricos beneficios se basan en la explotación laboral en zonas en las que incluso un raquítico salario de un euro al día marca la diferencia entre la vida y la muerte.

Ese caso y ese sector productivo no son una excepción. Con el título de Sold to the sea (Vendidos al mar), un vídeo y un informe de la ONG Environmental Justice Fundation (ejfoundation.org) reflejan una situación aún más escandalosa y lacerante en Tailandia. No es este precisamente un país tercermundista, sino la sexta economía de Asia y la primera del Sureste Asiático. Experimenta un desarrollo acelerado y su tasa de paro es cercana a cero. Su pujante sector pesquero –tercer exportador mundial-, factura 6.000 millones de euros al año y da empleo a 650.000 personas.

Esa escasez de mano de obra autóctona para un trabajo penoso y mal pagado obliga a recurrir a los inmigrantes, sobre todo los que llegan de la vecina Myanmar (antigua Birmania), con frecuencia ilegales y presas de mafias que trafican con ellos como si fuesen esclavos. Algo muy parecido a lo que en España, sin ir más lejos, ocurre con las jóvenes de procedencia diversa atraídas por la promesa de un trabajo de peluqueras o empleadas de hogar y que son forzadas a trabajar como prostitutas para amortizar la deuda contraída con las mafias por entrar en el país.

Sí, esclavos. ¿De qué otra forma podría llamarse a quienes se ven forzados a trabajar sin pisar puerto durante largos meses, con jornadas agotadoras que apenas les permiten recuperarse, sin cobrar un céntimo, apaleados en cuanto no obedecen con presteza, amenazados con frecuencia de muerte y, en algunos casos, asesinados y arrojados al mar? Pero ese parece ser el precio para que en los departamentos de congelados de los supermercados de todo el mundo se encuentre el pescado procedente de Tailandia  a un precio razonable. Porque, como en el textil, la competencia es terrible y la cuenta de resultados de toda la cadena de producción, elaboración, distribución y venta depende en buena medida de que, en cada uno de esos pasos, y de forma especial en el más primario, el coste de la fuerza de trabajo sea el mínimo posible.

Es imposible conocer con cierta aproximación el volumen del tráfico de personas y la explotación que denuncia la EJF. No hay mecanismos eficaces de verificación, prevención y castigo de los esclavistas. Tailandia lleva varios años con la calificación 2 en la lista de vigilancia sobre tráfico de personas del Departamento de Estado norteamericano. Si se le atribuyera un 3, la peor posible, quedaría al nivel de Yemen o Zimbabue, lo que acarrearía sanciones con un fuerte impacto económico. Para evitarlo, el Gobierno de Bangkok, ha emprendido “esfuerzos significativos” para acabar con esta lacra, pero los resultados son aún raquíticos.

Solo una presión intensa y coordinada, a la que la Unión Europea debería sumarse con rapidez y convencimiento, tendría posibilidades de ser efectiva, aunque la contrapartida fuese pagar el pescado más caro. O sea, el mismo dilema que suscitó la tragedia de Bangladesh, la pugna entre la búsqueda del máximo beneficio y la obligación moral de que el precio bajo no se consiga gracias a la explotación del hombre por el hombre.

Como se refleja en Lost to the sea, las prácticas esclavistas siguen muy extendidas, no se avanza apenas en la identificación y cuantificación de los casos, no se brinda la necesaria protección a las víctimas y la impunidad es la norma, gracias con frecuencia a la complicidad de la policía. La Organización Internacional para las Migraciones ha documentado casos de enrolamientos forzosos en pesqueros tailandeses, largos periodos de embarque –incluso de años-, palizas y jornadas de 18 o 20 horas. Según un estudio de la ONU que recoge el documental, el 59% de las víctimas entrevistadas aseguran que han visto cómo algún compañero de infortunio era asesinado por el capitán del barco o tripulantes veteranos. En el vídeo se incluyen testimonios de seis birmanos, uno de los cuales afirma que, en una ocasión, se les obligó a elegir quien debía morir mediante el procedimiento de extraer la pajita más corta.

El informe de la EJF concluye con la recomendación a Tailandia de que ratifique y aplique la convención de la Organización Mundial de Trabajo que fija las condiciones en que se faena en los barcos pesqueros, así como el protocolo de la ONU contra el tráfico de personas. También que se proteja a las víctimas para que no renuncien a perseguir legalmente a sus verdugos. A la comunidad internacional, se le pide que garantice la trazabilidad de la cadena de producción y comercialización, que se exija a las pesquerías tailandesas que demuestren que no se benefician del tráfico de personas, y que se asuma el compromiso de que el pescado se ha producido de forma sostenible y sin trabajos forzados y otros abusos.

Luis Matías López en El mundo es un volcán

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Autorizada la pesca de angula en 89 postas distribuidas por la Comunitat

Marjal de la Safor. / Picasa

Marjal de la Safor. / Picasa

La consellería de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente ha autorizado la pesca de angula durante la presente temporada a 89 postas y siete organizaciones pesqueras, según ha informado la Generalitat en un comunicado. Esta modalidad de pesca podrá realizarse únicamente en los lugares autorizados desde el 1 de diciembre de este año hasta el próximo 31 de marzo de 2014.

Concretamente, la Consellería de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente ha autorizado la pesca en 89 postas distribuidas en los términos municipales de Valencia, Sueca, Cullera, Xeraco, Oliva, Pego, Torreblanca, Almenara y La Llosa.

Las organizaciones pesqueras autorizadas son la cofradía de pescadores de Valencia, la antigua cofradía de pescadores de El Perellonet, la Asociación angulera de márgenes gola el Perelló y la asociación angulera de Mareny de Barraquetes, Sueca y Cullera.

Según la norma, sólo se podrá pescar desde la puesta de sol de los domingos a lunes, lunes a martes y miércoles a jueves que no coincidan en días festivos, hasta la salida del sol del día siguiente. Además, la Conselleria de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente se ha reservado la captura en las golas de la Comunitat, los martes, desde la puesta hasta la salida del sol para poder realizar actuaciones de repoblación y experimentación en centros oficiales.

Las Provincias

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La caza milenaria del atún

La 'levantá' es el instante más espectacular de esta pesca tradicional, los atunes emergen y comienzan a aletear acorralados. / Alfredo Cáliz

La ‘levantá’ es el instante más espectacular de esta pesca tradicional, los atunes emergen y comienzan a aletear acorralados. / Alfredo Cáliz

El Bermúdez abandona el puerto de Barbate a las seis de la mañana, haciendo el ruido de una cafetera. En su cubierta se distingue a una veintena de hombres, sombras brumosas bajo la luz anaranjada del muelle a las que se va comiendo la negrura a medida que la embarcación se aleja. Arrastra dos pequeños cascarones de madera sin motor tras de sí, desplegando una estela como un abanico. Son los primeros en zarpar. Poco después los seguimos a bordo del Frialba 1, “la testa” de la almadraba, así llaman a esta otra barcaza con grúas en la cubierta donde una decena de pescadores somnolientos esperan el alba apoyados en la baranda. El patrón fija el rumbo “hacia la lucecita de Camarinal” y al dejar atrás la bocana nos golpea una brisa fría de finales de mayo. Navegamos junto al Reina Cristina, un misterioso buque frigorífico con bandera panameña y tripulación japonesa del que nadie quiere hablarnos demasiado. Lo perdemos de vista y nuestros hombres andan ya a otra cosa:

–¿A qué hora llega la marea, pare?

–A las ocho y cuarto, colega.

Los pistones ronronean bajo las suelas y la testa avanza sobre unas aguas de bronce en busca de ese instante al que llaman “el reparo”, una tregua entre el ascenso y el descenso del mar, cuya calma permite faenar evitando las corrientes del Estrecho. El rostro de Antonio Lozano, de 45 años, se ilumina cuando chupa del cigarrillo y nos muestra las primeras boyas de la almadraba, de color rosa chillón. “La rabera de tierra”, indica hacia la hilera de bolas que fosforescen en dirección a la costa española. A unos tres kilómetros, entre la bruma, se distingue Zahara de los Atunes, localidad que da nombre a esta almadraba. Bajo las boyas, una red vertical fijada al fondo mediante anclas de 400 kilos y tensada por infinidad de pesas de plomo bloquea el paso de los atunes más gruesos. No hay más secretos. Una almadraba abarca tanto como se extienden sus dos raberas. Una de las extremidades se estira hacia la costa gaditana; la otra, la “rabera de fuera”, se despliega en dirección a Marruecos. Son, digamos, los brazos de la trampa; calados de tal forma que aprovechan la inercia de los atunes para guiarlos a su muerte.

El día antes de zarpar, Rafael Gomar, uno de los pescadores más experimentados de la almadraba de Zahara, nos explicó de manera sencilla el artilugio: “El pescado viene y encuentra una pared. El instinto del animal ¿cuál es? Tirar para el Mediterráneo. Entonces se mete en el cuadrillo. Enfrente ve otro hueco, y eso ya es la boca de la almadraba”. A menudo se compara la trampa con un complejo laberinto. En realidad se trata de una sucesión de estancias con paredes de malla y cuyo parecido con el sistema digestivo resulta notable. Aparte de boca, hay un buche, por ejemplo, y los atunes nadan de una cámara a otra a través de cavidades por las que pueden avanzar, pero no volver atrás. La última estancia es un recinto sin salida con forma de saco. “Como un calcetín”, nos contó Rafael mientras el sol de la tarde caía sobre el paseo marítimo de Barbate y él esbozaba la almadraba en una servilleta de papel. Enfrente se veía el cabo de Espartel, al otro lado del Estrecho.

Por este cuello de botella, donde los griegos fijaron las columnas de Heracles y el fin del mundo conocido, han entrado atunes desde que existe memoria, y también desde entonces los hombres han tratado de atraparlos. Se sabe que los fenicios que arribaron a la Península ya se alimentaban de los grandes peces de cola azul. En el golfo de Cádiz se suele decir que la almadraba tiene “tres mil años de historia”. De la época romana quedan textos que detallan un arte de pesca muy similar al de hoy cuya técnica se repetía desde el mar Ibérico hasta la isla de Trinacria (hoy Sicilia). Los cardúmenes se divisaban desde un enclave elevado. El vigía daba la voz. Y al grito comenzaba la captura. Así lo contó Oppiano de Anazarbo en su Halieutica, un poema del siglo II: “Inmediatamente se despliegan todas las redes a modo de ciudad entre las olas, pues la red tiene sus porteros, y en su interior, puertas y más recónditos recintos. Rápidamente los atunes avanzan en filas, como falanges de hombres que marchan por tribus”. Hoy, las redes de cada almadraba –quedan cuatro en España, todas frente al golfo de Cádiz, en Conil, Barbate, Zahara y Tarifa; pero llegaron a existir 14 en 1919– se calan todos los años en el mismo punto. En febrero se despliegan las mallas en tierra, se unen y se atan tal cual quedarán luego en el agua. Se doblan y se llevan al caladero, y allí vuelven a desplegarse. La tarea dura 40 días.

Con la primera claridad, Carlos, al que apodan El Gitano por una mítica juerga flamenca en Ca Presenta, la taberna de los almadraberos, se calza unos escarpines de goma y se viste con un mono impermeable naranja sobre el neopreno. Tiene el cuerpo de un yóquey. El pelo cano. Él es de los que se lanzan a batirse con los pescados moribundos en el agua. Sonríe con su rostro tostado: “Cuando el atún se queda sin agua, empieza a coletear. Sus vais a mojar”. De pronto, todos los hombres del Frialba se encuentran vestidos con el mismo mono y el océano se ha teñido con escamas de plata. Aún no ha asomado el primer rayo. El patrón del Frialba maniobra para colocar la proa mirando a Zahara, en la cabeza de la almadraba. La testa. Frente a nosotros, en la superficie del agua, las bolas rosas flotan trazando el esquema que Rafael había esbozado en la servilleta. El cuadro, así se llama, recuerda a una pista de aterrizaje de noche. Una lancha nos recoge y nos lleva al otro extremo, hasta “la sacada”, una embarcación que flota entre el buche (donde se encuentran ahora los atunes) y el copo (donde en breve comenzará la escabechina). La primera operación consiste en hacer pasar los peces de la primera a la segunda. En la cubierta de la sacada se encuentran los hombres que vimos alejarse en el puerto a bordo del Bermúdez. Hay lío de cabos, berridos y todo el mundo parece ir de un lado a otro con una misión. Entre la danza coral, descubrimos que la media de edad de estos almadraberos es elevada, quizá roce los 50 años. Entre ellos divisamos al capitán, vestido de azul oscuro, con visera y un bigote grueso. Da instrucciones con un silbato. Serio y circunspecto, tiene el aire de un entrenador de fútbol. De él solo sabemos en ese momento que se llama Pepe. Suficiente. Pepe mira hacia poniente. Hay cuatro buzos en el agua. Tres botes sobre el buche. Toca el silbato y los hombres de una de las barquitas despliegan una red llamada “atajo” y se la lanzan a los compañeros de la barquita de enfrente. Con ella van a intentar empujar los atunes hacia el copo. La jornada anterior les acabó pillando el cambio de marea antes de lograrlo.

Abajo, Carlos, 'El Gitano', el capitán de pescadores, mira de frente dos atunes mientras la grúa los sube al barco. Abajo a la derecha, José 'El Moro'. / Alfredo Cáliz

Abajo, Carlos, ‘El Gitano’, el capitán de pescadores, mira de frente dos atunes mientras la grúa los sube al barco. Abajo a la derecha, José ‘El Moro’. / Alfredo Cáliz

A partir de ese instante, todo transcurre de forma imprecisa. Alguien grita: “¡Tira, tira, valiente, tira!”. Luego hay silencio y el crujir de los barcos. Las aguas están negras y tranquilas. Un borboteo emerge en algún punto. Eso son atunes. El “repío” lo llaman. No se les ve. Se les intuye. El Rana, un buzo que sigue la escena bajo el mar, tira del cabito. Los han cazado con el atajo. Crece un rumor de gargantas marineras. Pepe sonríe. Toca el silbato. Las barcas avanzan con la red y el borboteo se vuelve intenso, y también el griterío. Una erupción huidiza en el agua. Primero aquí, luego allá, después la calma. Un par de minutos en silencio. Ahora Pepe se gira hacia levante. A ese lado asoma otro buzo. Los atunes están cruzando sigilosamente bajo nuestros pies, adentrándose en el copo. Llenando el calcetín. Se giran también el resto de almadraberos. Habrá unos veinte sobre la sacada. Con las manos tensas y el gesto atento. El burbujeo comienza a este lado. Olitas breves y puntiagudas que brotan y se desvanecen. Sobre Zahara surge una columna de sol y el chorro bruñe las aguas, y entonces una voz despierta de entre las tinieblas y grita: “¡Iza!”.

El atún rojo del Atlántico es el más rotundo de los túnidos. Una bestia marina sin escamas, tersa y escurridiza como una pastilla de jabón, capaz de alcanzar los 80 kilómetros por hora y de sumergirse a mil metros. Es quizá el pez que mejor regula su temperatura corporal. Su sangre soporta aguas de entre 3 y 30 grados. La población del Atlántico Este suele trazar un círculo contrario a las agujas del reloj y después penetra en el Mediterráneo para desovar en las aguas cálidas de las islas Baleares, Sicilia y Chipre. Cruzan el golfo de Cádiz “con la última luna de abril o la primera de mayo”, dice el saber popular. Y la temporada de pesca apenas dura un par de meses. Algunos vienen del norte de Europa, otros llegan desde Canarias. Y tras el desove regresan al Atlántico en busca de alimento.

A los tres años, un atún rojo ya mide un metro y pesa 20 kilos. Pero vive más de 30 años y supera con facilidad los dos metros y los 200 kilos. Para que nos hagamos una idea, los que se pescan en las almadrabas gaditanas suelen rebasar el peso y la talla de Shaquille O’Neal, aquel pívot inmenso de la NBA (2,16 metros, 150 kilos). El mayor jamás registrado alcanzó los 3,30 metros y marcó 726 kilos en la báscula. No es un pez agresivo. Pero un coletazo suyo cuando se ve acorralado y hacinado y oliendo su propia muerte entre las mallas te puede dejar sonado. Y en eso consiste el clímax de la almadraba, palabra de origen árabe que significa “el lugar donde se golpea”.

“¡Iza!”, repiten los hombres, y tiran de los cabos para levantar la portezuela y aislar el copo. Asomados hacia levante, como si fuera un balcón, exclaman: “¡Están dentro! ¡Venga, que se nos va la marea!”. Las aguas se revuelven como si estuvieran vivas. Uno de los almadraberos, con la nariz gruesa y picada, levanta el dedo índice: unos mil, calcula. Quizá más, parece decir con el rostro iluminado. Todos los pescadores recuerdan cómo fue su primera levantá y hablan de aquellos tiempos sin restricciones de pesca, cuando levantaban un millar de atunes de una tacada. Hoy lo que extraigan del mar depende de lo que se negocie en los despachos de Madrid y Bruselas, y esto a su vez varía en función de la cuota que fije la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico (ICCAT). El dato final se traduce en cierta sensación de derrota, cuando el capitán da la orden de devolver al buche los atunes que no pueden llevarse. La “sangrá” lo llaman. Un coitus interruptus en pleno subidón de adrenalina.

De todo esto tuvimos oportunidad de hablar, tras regresar a tierra, con Diego y Marta Crespo, presidente y vicepresidenta de la Organización de Productores Pesqueros de Almadraba, dueños de la almadraba de Zahara y con participación en las de Conil y Tarifa. Sentados a la mesa del Campero, el restaurante sofisticado (y caro) de Barbate, donde lo mismo te sirven sashimi al estilo japonés que mojama, los Crespo comenzaron a hablar de su familia. Son la quinta generación de una saga que ha calado almadrabas desde principios del siglo XX. Lo hicieron en las costas del Protectorado de Marruecos, cuando en España funcionaba el Consorcio Nacional Almadrabero, un monopolio heredero de las almadrabas que explotó durante ocho siglos el ducado de Medina-Sidonia. En los setenta, el consorcio entró en decadencia y se liquidó, y los Crespo decidieron dar el salto a la Península. “Decían que no era una actividad rentable, nos llamaban locos”, cuentan los primos. Empezaron en Barbate y luego en Zahara, y a finales de la década, con la democracia abriéndose al mundo, la familia llamó a las puertas del mercado japonés.

El país nipón consume cifras estratosféricas de atún crudo. Unas 270.000 toneladas en 2010, según datos que maneja el ICCAT. Quintuplica la cantidad engullida por el segundo de la lista, Estados Unidos. De entre los túnidos, el más valorado allí es el rojo: sus lomos de textura tierna y veteados de grasa resultan, como suele decir Diego Crespo cuando habla de sus ejemplares de almadraba, “calidad sashimi”. Devoran unas 36.000 toneladas de esta especie, un 40% importadas. España es uno de sus proveedores de referencia. El tercero en 2010, por detrás de Malta y Croacia. Según la Secretaría de Estado de Comercio, en 2011 nuestro país vendió 1.970 toneladas de atún rojo a Japón por valor de 36,4 millones. El kilo sale a unos 18,50 euros. Es nuestro principal cliente. Se lleva el 70% de las exportaciones, presionando los caladeros del Atlántico y el Mediterráneo.

Hoy, según el último informe del ­ICCAT, la especie parece en vías de recuperación. Pero el descontrol de los años ochenta y noventa hizo saltar las alarmas. Con el mercado del sushi en efervescencia, crecieron las flotas del Mediterráneo, se extendió la pesca de cerco y las avionetas surcaban el mar en busca de cardúmenes, una práctica hoy prohibida. “El recurso comenzó a venirse abajo”, dice Diego Crespo ante un plato de morrillo a la plancha. En 1998 se introdujeron por primera vez restricciones en el Atlántico Este y el Mediterráneo. En 2002 se fijó una cuota máxima de 32.000 toneladas. Pero la sobreexplotación no declarada (los científicos estiman que llegó a duplicar la declarada) siguió esquilmando las aguas. En 2006, el ICCAT propuso un plan de recuperación, incluyendo controles exhaustivos y reduciendo drásticamente la cuota hasta tocar fondo en 2012 (12.900 toneladas). Este año, el cupo ha crecido ligeramente: 13.400 toneladas, unas 2.500 para España, 650 para las almadrabas. Aunque es posible mercadear con los derechos de pesca. A finales de abril, Ricardo Fuentes, un empresario murciano al que por aquí llaman el “Rockefeller del atún”, pagó cinco millones a las cofradías de Gipuzkoa para comprar su cuota. Casi media tonelada que estos días pesca la almadraba de Barbate, de la que Fuentes es copropietario.

Nuestros hombres de Zahara miran de soslayo cuando oyen estas cosas. Entre las aguas tienen otra batalla: hay una lancha sobre el copo, con un tipo al que no habíamos visto antes dando instrucciones. El pelo húmedo se le ha puesto tieso como a un gallo de pelea, los ojos le chisporrotean y el neopreno deja al descubierto unos brazos gruesos como patas de jamón curado. Es Rafael Márquez, segundo capitán de la almadraba. Lanza el walkie-talkie al primero que ve y sube de un salto a la barcaza. Las redes han quedado fofas con la sangrá, así que el hombre berrea: “¡A ver cómo lo hacéis hoy… toda la mañana… cojones… hay que ver… cago en la puta!”. De otro brinco, se lanza sobre una pequeña barca a nuestra izquierda. Hay otra a su lado. Y otras tantas a la derecha, y hombres diseminados por todas ellas largando la red. “¡Arría!”, grita Rafael. “¡Tira copete!”. El olor a sal y a vida se vuelve intenso. Y el borboteo cobra con un vigor macabro. Una bandada de gaviotas describe un círculo en lo alto. Se oye el silbato del capitán. Los hombres tiran como si arremangaran el calcetín, empujando los atunes a la superficie. Se ayudan con unos ganchos herrumbrosos de cinco dedos similares a un rastrillo, enganchados a unas poleas y a un motor.

Primero asoman un par de colas afiladas de un azul casi negro y muestran la hilera de timoncitos amarillos del dorso. Desaparecen. Luego un ejército de espinetas negras traza quiebros rápidos y caóticos en la olla. El aleteo agita la marea y entra en ebullición. Se vuelve una espuma blanca. Un atún engancha el morro entre las redes y uno de los tenedores se suelta oscilando como una onda sobre las cabezas, y ahora los peces comienzan a mostrar su lomo de un color gris irisado, apenas ya sin agua, y se golpean unos a otros, rasgándose las fibras de las aletas; y los hombres arrían, y las embarcaciones se juntan poco a poco, y los atunes dan coletazos como si fueran sus últimas palpitaciones y se ahogan y se voltean y se quedan panza arriba para morir.

El copo cuelga como la red de un trapecista. Rafael Márquez, el hombre de la cresta, se lanza a la malla de un salto y asesta dos cuchilladas a tres atunes. Uno bajo la agalla. Otro en el costado. Tal y como un japonés le enseñó a uno de los Crespo y este a él para desangrarlos y evitar el yake, que le hace perder color y sabor. El nipón manda, y el copo ahora es una bañera de agua granate en la que El Gitano y otro almadrabero de Isla Cristina (Huelva) al que apodan El Moro les echan el lazo a las colas que recuerdan al mostacho de un militar prusiano, y dos grúas los levantan de dos en dos y de tres en tres. Antiguamente los sacaban a pulso, enganchándolos con bicheros por entre la cavidad del ojo y bajo las aletas, y algunos se echaban al agua y se citaban de frente con los atunes. Ahora los suben intactos, y esto es lo que queda de la pesca artesanal. En cubierta los espera Márquez con el cuchillo en la diestra, pero la escena queda oculta tras el candelero y solo se intuye por la sangre que chorrea por las aberturas de desagüe.

Rafael Gomar maneja una de las grúas y ríe: “¡Premio!”. El otro gruista prefiere: “¡Y otro perrito piloto!”. El Moro se abraza a uno de los atunes y se deja elevar unos metros, y el buen humor coincide con unas nubes que amenazan lluvia. Aún no deben de ser las diez de la mañana cuando los 124 atunes llenan la bodega, y el Frialba y el Bermúdez emprenden su regreso, y los hombres se recuestan y le quitan el papel de plata a sus bocadillos.

Mientras charlamos con Márquez y nos cuenta cómo él es la cuarta generación de almadraberos en su familia, y cómo heredó el puesto de su padre, y cómo el oficio le recuerda a una mujer porque “o te enamoras a primera vista, o no quieres volver a verla en tu puta vida”, y nos muestra el corte de hoy en el brazo, y dice que este hedor denso a sangre y salitre le recuerda a su casa; mientras nos cuenta esto y se come una manzana, El Gitano zapatea eufórico en la cabina. Más tarde, a eso de las siete, lo veremos en Ca Revuelta, sentado en la terraza junto a los compañeros de Isla Cristina. Viven justo enfrente en unas casetas desconchadas a las que llaman chancas y que la empresa ofrece a los foráneos durante los seis meses de la temporada; allí, en el patio, charlan tres mujeres, las tres concuñadas, mientras su suegra, Juana, que ha parido cuatro almadraberos, peina en silencio a una nieta con discapacidad. Nunca han visto una levantá, dicen. “Cualquier día nos viene un marido muerto”. Cuando volvemos a Ca Revuelta, uno comenta que no veía un copo tan cargado “desde el 84” y el resto ven pasar a chavales con pelos de pincho y camisetas sin manga y a las chicas embutidas en vestidos fosforescentes. Esta noche comienza la Feria del Atún de Barbate.

Pero eso ocurrirá después. De momento, El Gitano tiene la cabeza de un atún entre las manos. El bicho está colgado del revés, le gotea un hilillo granate de la boca. Los ojos son dorados, del tamaño de una galleta. La piel es suave y fría al tacto, como la mesilla de metal en un quirófano. Sus aletas se sienten filosas como cuchillas. Una grúa alza el cuerpo magullado, que recuerda a la carrocería de un coche accidentado, y el animal cruza hasta la boca de la nave, y allí lo dejan caer. Dentro se escucha una sierra despiezando la cabeza y la cola y 30 empleados resbalan sobre la sangre con machetes en la mano. Al final de la cadena de ronqueo solo quedan los lomos. Un tokiota de 33 años, Horimizu Yosuke, se pasea con el gesto grave. Le cuelgan cintas de colores del mono. Toma una de ellas y se acerca a un lomo y coloca la cinta entre la carne abierta como un libro. Arrastra lo que queda del atún y deja un reguero rojo tras sus pasos.

Los guerreros de la pesca, imágenes del trabajo en alta mar.

Guillermo Abril en El País

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Pesca un tiburón de 1.000 kilos en Dénia

tiburonUna embarcación de Dénia «pescó» entre sus redes un tiburón peregrino de unos mil kilos de peso que después fue devuelto al mar. La presencia de este escualo en las redes de los marineros causó un 60% de pérdidas en la pesca del día. Lo curioso es que ayer otro tiburón, o quizá fuera el mismo, fue encontrado en aguas de Xàbia. Desde allí fue trasladado hasta el puerto para ser retirado.

LP

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Greenpeace ‘atraca’ un barco ante la puerta del Ministerio de Cañete


pesca sostenibleHace apenas unos días protestaron desde el tejado del Congreso de los Diputados y ahora lo hacen delante del Ministerio de Medio Ambiente. Greenpeace ha ‘atracado’ un barco de pesca artesanal de siete metros frente al edificio del Ministerio que dirige Miguel Arias Cañete para exigirle que cambie su postura de cara a la reforma de la Política Pesquera Común que se tramita en Europa.

Doce activistas se han encadenado a las ruedas del remolque del barco mientras que otro grupo desplegaba una pancarta en la fachada del edificio en la que se podía leer: ”Cañete, no hundas la pesca”.

Según ha informado la organización ecologista en un comunicado, todos los activistas que han participado en la protesta pacífica han sido detenidos y permanecen por ahora en las dependencias policiales de Moratalaz (Madrid), donde está previsto que comiencen a prestar declaración esta tarde.

Greenpeace denuncia que el ministro Miguel Arias Cañete ha hecho oídos sordos a las demandas de los pescadores sostenibles y se ha limitado a “bloquear todos los esfuerzos” del Parlamento Europeo por una reforma de la Política Pesquera sostenible tanto con la biodiversidad como para los pescadores.

“Cañete no quiere hablar con los pescadores sostenibles, no conoce este sector ni quiere escuchar sus problemas, por lo que hemos traído un barco real para que sepa que dentro de él está el futuro de miles de familias que dependen de que defienda en Bruselas una política pesquera que tenga en el corazón a la pesca sostenible”, ha defendido Celia Ojeda, responsable de Océanos de Greenpeace.

La semana pasada, el Consejo de Ministros de Pesca de Europa cerró la útlima propuesta para la nueva Política Pesquera Común, que está siendo revisada en el Euoparlamento. “Esta propuesta en un texto muy poco ambicioso que deja la puerta abierta para continuar con la sobreexplotación pesquera y la esquilmación de los océanos, y que debilita mucho la propuesta aprobada en febrero por el Parlamento Europeo”, señala Greenpeace en un comunicado.

Según datos de la Comisión Europea, hasta un 48% de las poblaciones evaluadas en el Atlántico y el 80% de las del Mediterráneo están sobreexplotadas, es decir, su captura ha excedido la capacidad de aportación que tienen esas poblaciones de peces.

“Los ministros, encabezados por Cañete, se olvidaron de la pesca sostenible, un sector que, además de ser beneficioso para el medio ambiente, es más justo socialmente y más viable en lo económico, además, representa una alternativa con futuro al sistema actual de gestión de las pesquerías”, ha añadido Ojeda.

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El barco que hundió a su capitán

pesca ilegalAlberto Suárez estaba reunido con funcionarios liberianos rematando los detalles para el fin de su cautiverio. Fue entonces cuando sonó el teléfono. Nada más responder, volvió esa sensación de derrota. Hacía 22 meses que había salido de las costas gallegas a bordo de su palangrero de 35 metros, y cuando parecía que finalmente las autoridades de Monrovia iban a dejarle regresar a casa, llegó la llamada con la noticia: en la bodega de su barco había un hombre muerto.

Como la mayoría de los nacidos en Aguiño (A Coruña), la familia Suárez siempre ha vivido del mar. Consciente de que sus costas ya daban para poco, Alberto, ahora con 34 años, dio el salto. Estudió el mercado y llegó a la conclusión de que el dinero vivía en el cangrejo, y el mejor caladero se encontraba en África occidental. En 2007 embarcó en su nave, el Eros, y navegó hasta allí. Primero fue a Gabón, y las cosas funcionaron. En seis meses podía pescar por valor de 150.000 euros. Hasta que la UE y Gabón cerraron un acuerdo sobre cuotas de atuneros y grandes pesqueros que dejaba fuera su arte, el de la nasa. Así que en 2010 se desvió a Liberia, donde se podía operar con acuerdos privados con el Estado. Liberia obligaba a gestionar los permisos con una agencia intermediaria. Suárez lo hizo con la surcoreana Inter Burgo: 40.000 dólares por seis meses de licencia. Renovó el contrato varias veces, hasta el 14 de febrero de 2012.

Ese día, el Eros estaba descargando en Freetown (Sierra Leona) cuando Suárez y sus 18 tripulantes de Senegal, Guinea Bissau, Sierra Leona y Liberia fueron interceptados y escoltados a Monrovia. Su Gobierno les acusaba de sabotaje económico por entender que su licencia estaba caducada y la habían adulterado. Suárez sostiene que la agencia la había ampliado hasta el 19 de febrero, una información que no se ha podido aclarar con Inter Burgo, que no ha respondido a las llamadas al respecto.

Un simple problema administrativo iba a transformarse en una pesadilla. Tras un año largo retenido en Liberia, Suárez logró escapar de su infierno en África hace solo tres semanas. Ahora se refugia en la bruma de la costa gallega. La entrevista con él arranca en un bar frente a la lonja de Aguiño. Es el único abierto esa mañana gris y tristona. El puerto está vacío. Solo una gaviota cruza el paso de cebra. Los marineros se protegen de la lluvia en la terraza del bar viendo las maniobras de las embarcaciones en el mar; en el interior, un grupo juega a la escoba bajo un cuadro de nudos; en la barra, un señor con bigotillo bebe vino y canta una copla cada vez que alguien le da pie.

Sentado frente a la diminuta taza de café, el cuerpo y la mirada de Suárez son los de un gran animal abatido. Los paisanos le saludan cariñosamente. “Tirando”, contesta siempre que le preguntan cómo va. Luego aclara que el futuro de su tripulación, que sigue en Liberia, es el peso que le hace encorvar las espaldas: “Mi prioridad es arreglar eso y que vuelvan a sus casas”.

Después de su detención, Suárez pagó un aval de 100.000 euros mediante su aseguradora, pero Liberia le retiró el pasaporte. Los funcionarios le citaban una y otra vez a reuniones que luego se anulaban, y ni España ni Portugal —país donde estaba matriculado el Eros— conseguían impulsar una solución. Siendo ciudadano de un país y armador de un barco con bandera de otro, en un primer momento no quedaba claro quién debía presionar para acelerar su libertad. El Ministerio de Exteriores español asegura que el embajador de Costa de Marfil se volcó con el caso y que visitó dos veces a Suárez. Este reconoce que la ayuda española ha terminado siendo fundamental, especialmente a partir de que en junio se estableciera en el país representación diplomática.

Difícil convivencia

Monrovia obligó el primer mes al armador a vivir en un hotel, hasta que consiguió un permiso para trasladarse junto con sus marineros al barco, con cocina y aire acondicionado. Pero fondeados en las aguas estancas del puerto de Monrovia, a 38 grados de temperatura y golpeados por el abrasador viento del Harmattan, el drama echó a rodar. En mayo, uno de los tripulantes liberianos del Eros murió de un problema cardiaco mientras estaba en su casa. “No tuvo nada que ver con el barco, pero yo era su capitán”, cuenta Suárez. “Lo metí en un hospital y no salió adelante”.

Los hombres veían cómo se iban disolviendo en un pesado limbo. Acostumbrados a largas travesías, pensaron que en el barco podrían resistir unas semanas, pero cuando estas se convirtieron en meses, el Eros se transformó en una cárcel.

Cada mañana Suárez desembarcaba para comprar víveres. Mientras, los marineros pasaban los días tumbados al sol. Entre comidas, salarios y gasóleo, el patrón invertía 400 euros diarios, que iba pagando gracias a la ayuda de amigos y familiares. Las extorsiones para introducir los víveres subían su precio.

La tripulación cada vez se sentía más frustrada. Los silencios se cargaban de reproches, y las pupilas rodaban aburridas por cubierta sin más señuelos que la ropa colgada, los restos de comida y el metal crecientemente herrumbroso. Era la mirada del náufrago ante la última galletita salada. En sus países el tiempo continuaba corriendo, y les llegaban noticias de nacimientos, enfermedades y muertes en los que no podían estar presentes. Se lo echaban en cara a su capitán. “Era una presión horrible”, recuerda Suárez. “Ver cómo 15 personas se vuelven contra ti”, dice. “No llegamos a las manos, pero las discusiones eran muy violentas”.

Así que, tras tres meses, Suárez dejó el barco y se trasladó a vivir a casa de uno de los 25 españoles de Monrovia. Desesperado, su único horizonte en la ciudad eran las reuniones con el Gobierno. Los expats, la comunidad de diplomáticos y miembros de ONG, organizaban fiestas a las que cada vez le apetecía menos ir. Se desvaneció hasta el apetito por hablar con su familia por Skype, incluido su niño de tres años, al que no había visto en los dos últimos. “Tratas de tranquilizarles y no puedes, así que es mejor no verlos. Todo el día ocultando calamidades. Y ellos ocultándomelas a mí”, cuenta.

Cadena de muertes

Las negociaciones siguieron avanzando lentamente gracias a la presión de la UE y España. Hasta que Suárez firmó un acuerdo para pagarle a Liberia 90.000 euros de compensación por pesca ilegal. Cuando parecía que estaba todo arreglado, el 9 de abril llegó la llamada. “Estaba en una reunión. Eran los marineros diciendo que ocurría algo horrible. Avisé a una ambulancia”, recuerda Suárez. Cuando llegó al barco se encontró con que Sega Sow, uno de los senegaleses, había bajado a ver la carga de cangrejo de la bodega. “Al abrir una caja, se quedó inconsciente por los gases que habían salido. Cayó y la cara le quedó sobre uno de los charcos formados por el hielo. Se ahogó”.

El consulado de Liberia en España explica que no tiene la potestad para confirmar la veracidad de esta historia. El Ministerio de Exteriores tampoco se compromete. Por aquella época, Suárez no se hablaba con sus marineros. Asegura que no le habían advertido de que se había podrido la carga de cangrejo, con un valor de más de 100.000 euros. “Yo seguía hasta comprando el gasóleo para el frigorífico. Luego vimos que durante dos días hubo un corte de electricidad en la refrigeración: ahí se echó a perder”.

Ahora el cadáver del senegalés espera la autopsia y la repatriación en la morgue de un hospital privado. Monrovia interpreta que el responsable civil de la muerte es Suárez. El empresario sostiene que es de Liberia porque el barco en ese momento estaba confiscado por su Gobierno.

Y mientras, en España el tiempo también había corrido. Una de las desgracias que su familia le había ocultado a Suárez era la enfermedad de su hermana. Solo le avisaron el día en que murió, pocos días después de Sega Sow. “Ya estaba acelerando el salvoconducto para venir a España a negociar los préstamos con los bancos, pero me permitieron adelantarlo”, cuenta.

Ahora el antiguo capitán pasa sus días en casa intentando conseguir el crédito con el que pagar, además del acuerdo, los salarios de la tripulación y su vuelta a casa —una cantidad que oscilará entre 50.000 y 100.000 euros, dependiendo de cómo terminen las negociaciones—. Recuperar el barco es secundario. Está valorado por su seguro en 1.600.000 euros, pero las fotos retratan un buque deteriorado como resultado de los dos años de fondeo. Suárez bebe café y espera una cita con la secretaría de pesca portuguesa para tramitar un pasavante que le permita regresar la nave, arreglarla y replantear su futuro.

Alberto Suárez es consciente de que su historia puede suscitar sospechas como consecuencia de haber optado por una bandera portuguesa, además de haber asumido ante Liberia que pescaba ilegalmente en sus aguas. Asegura que lo primero se debe a que le era mucho más barato matricular su barco en el país vecino; y aunque admite que el acuerdo le da aspecto de culpable, insiste en que no veía otra solución: “Si no, el proceso se podía alargar cinco años”.

El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medioambiente explica que situaciones como la del Eros se han repetido con muchos barcos a los que Liberia ha acusado de pescar con licencias falsas a pesar de tener permisos de intermediarios. Los conflictos por pesca irregular en África se suelen resolver con sanciones o una amonestación. El problema con este caso es que se enquistó. El precario equilibrio de Liberia, un país salido de dos guerras civiles y con el 85% de habitantes pobres, ha lastrado las soluciones.

Mientras cruza los dedos para no recibir más malas noticias de África, la vida de Suárez sigue girando alrededor de una melancólica espera, aunque ahora en su pueblo. Si recupera el barco, lo más lógico sería regresar a Liberia con seis marineros y traerlo de vuelta “Ya veremos. A mi mujer no le hace mucha gracia. A mí tampoco”.

Jerónimo Andreu en El País

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Las plomadas de piedra reducen la contaminación en los ríos

plomos pétreosCuando Antonio Guardiola se quedó en paro fue el momento de llevar a cabo una idea que le rondaba y que salía de las aguas de pesca. Pero antes, conviene describir la siguiente escena: a los aficionados a lanzar un sedal en ríos y mares les es muy familiar el momento en el que su línea ya no regresa al carrete: se ha quedado enganchada en el fondo, entre vegetaciones o rocas. Lo normal es renunciar al aparejo y tirar fuerte hasta romper el hilo.

Durante muchas, muchísimas jornadas de pesca deportiva en España, cientos de miles de sedales reposan durante miles de horas en el agua. Y tras situaciones como la anteriormente descrita, un porcentaje de ese material descansa para siempre en los lechos. ¿Y qué? Pues que eso supone años de plomo soltando contaminante a los ríos y mares. ¿Es una proporción insignificante en comparación con las gigantescas masas de agua? Habrá quien piense que sí, pero a Guardiola no se lo pareció. Y de ahí nació su serie de plomadas ecológicas para pesca deportiva: rockobomb. La fórmula es más bien simple: hacer plomadas de piedra, no de plomo. Con esa premisa montó su empresa que va extendiéndose y ganando popularidad entre los aficionados.

El plomo es un metal pesado que contamina (prohibido por ejemplo para fabricar utensilios relacionados con el consumo de los humanos). Su composición es contaminante y se traslada al agua (y del agua a los peces, dicho sea de paso). Si los sedales portan lastre de piedra, al menos ese factor, queda eliminado. Es tan sencillo como aprovechar las canteras (hay a quienes la actividad de estas explotaciones también les preocupa desde el punto de vista ecológico pero ese es otro tema) para ir seleccionando “chinas”, pesarlas, clasificarlas y adaptarlas al uso pesquero. El proceso desde la cantera en la que se recoplia el “chino lavado” hasta el pescador es artesano: se perfora, se lava, se le prepara el enganche para el hilo y… al agua. Su creador asegura que se pierden menos porque sus formas más redondeadas hacen que se traben menos.

“La plomada de piedra es mucho más barata” que la tradicional de plomo. Es cierto que, según analizan, se necesita más material para conseguir el mismo peso que las habituales de metal pero tiene sus ventajas. Pescar con líneas lastradas con piedrecitas (“o más gordas”) hace que el arte sea más natural, se mezcla mejor con el medio al que, además, respeta. Y cuando llega el inevitable enganchón con el fondo: “Queda una piedra más”.

También es verdad que las chinas de piedra no tienen esa forma perfecta y ahusada de los plomos. No son aerodinámicas a la hora de lanzar el anzuelo. Pero, como dicen en rockobomb, si no se está buscando un récord de alcance tampoco importa mucho. La idea de Antonio Guardiola para crear unas artes de pesca más respetuosas con el medio ambiente fue merecedora del segundo premio de la Universidad de Cádiz “100 ideas que cambian el mundo” en su edición de 2012.

Isaac Altable en El Diario

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El pescador grande se come al chico

Descarga de anchoa en el puerto de Hondarribia. / JAVIER HERNÁNDEZ

Descarga de anchoa en el puerto de Hondarribia. / JAVIER HERNÁNDEZ

Eugenio Elduaien parece satisfecho. Acaba de descargar en el puerto de Hondarribia 8.000 kilos de anchoa. El patrón del Itsas Eder (Mar hermoso), de 31 metros de eslora, al fin ha tenido una buena jornada de pesca. Aunque su mejor negocio ha sido otro. Este arrantzale, hijo y nieto de pescadores, preside la Federación de Cofradías de Guipuzkoa, que acaba de vender toda la cuota de atún rojo a la almadraba de Barbate (Cádiz), participada por la multinacionalRicardo Fuentes e Hijos, con sede en Cartagena (Murcia). A cambio de cinco millones de euros, la flota vasca no saldrá a faenar atún rojo este verano por primera vez en generaciones. En la lonja, Elduaien se encoge de hombros y explica la venta como algo inexorable: “No es plato de gusto dejar la pesca de nuestros padres y abuelos, pero la nostalgia no nos da de comer”. El pescador grande se come al chico.

El viernes 19 de abril, la asamblea de pescadores de Guipuzkoa tomó una de las decisiones más simbólicas en mucho tiempo. Por un 70% de los votos acordó vender el ciento por ciento de su cuota de atún rojo. Los 450.000 kilos a los que tienen derecho los 43 barcos de la flota de bajura vasca. El año anterior habían entrado por primera vez en este sistema de compraventa de cuotas, pero entonces se reservaron un 30% del cupo para mantener la tradición y ayudar a la hostelería.

“La flota está tocada y necesita liquidez. Aunque el cimarrón tiene un componente histórico, nostálgico y familiar vender era irrenunciable, porque con la cuota tan pequeña que nos han dado ir a pescar es muy penoso”, explica Elduaien, de 52 años y que comenzó a pescar en 1977. Sabe de lo que habla. En 2008 batió el récord de la zona al pescar a mano un atún rojo de 300 kilos. A diferencia de los grandes cerqueros del Mediterráneo, en el País Vasco se enorgullecían de mantener la pesca del gran atún rojo a mano, uno a uno.

“Es la pesca más de aquí, la más salvaje, la que tiene acción, me gusta más que pescar con redes”, cuenta Bernardo Sistiaga, de 37 años y patrón del Itsas lagunak (Amigos del mar). Como los demás, ha accedido a vender. “Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Mis cuentas son que voy a pagar el gasoil del año gracias al acuerdo”, cuenta este animoso pescador mientras vigila cómo una grúa va sacando de 20 en 20 las cajas amarillas con anchoa.

Bernardo es “un bicho pescando la anchoa”, según su padre, José Antonio, de 74 años, ya jubilado y que le ayuda a descargar la anchoa. Él, que desde los 12 años estuvo en la mar —“empecé en pantalón corto”—, siempre con el cimarrón, comprende la venta. Pero critica las circunstancias que han llevado a esto. “Me tiene trastornado. Hay tanto cimarrón en el mar que se come el barco, pero dan una cuota tan baja que es mejor no pescar”. José Antonio, pelo blanco, gafas y camisa de cuadros, mira el mar mientras fuma un ducados. Nada más descargar, los barcos vuelven a zapar. Solo ha habido tiempo para mantener una pequeña conversación con la novia o ver a los hijos un rato. “De buena gana me iría yo con ellos”, mueve la cabeza.

Las cuentas de los pescadores son tozudas. El año pasado comercializaron el atún rojo a unos seis euros el kilo en la lonja. Ahora venderán la cuota por unos 11 euros el kilo, casi el doble. Y sin gastos. Ni carburante ni jornales, aunque los beneficios se reparten al 50% entre el patrón y los marineros, unos 16 por barco. Si cada barco tiene derecho a unos 10.000 kilos, obtendrá más de 100.000 euros. Y no se quedarán parados, sino que en verano saldrán a pescar bonito. Los palangreros de Carboneras (Almería) ya hace años que venden cupo.

La clave está en la economía de escala. La pesca de cerco captura cardúmenes enteros de atunes en alta mar. Luego los engorda en granjas hasta que obtienen el punto óptimo de grasa y lo sacan al mercado, principalmente a Japón, poco a poco. Así pueden vender a más de 30 euros el kilo. Y atunes mucho mayores. La almadraba también da más precio porque funciona a mayor escala, con redes fijas en el Estrecho.

Fuentes de la almadraba de Barbate explican que “el pescado que va a engorde en almadrabas y en granjas tiene un valor añadido. Se le alimenta, tiene mejor calidad y es de mayor tamaño. En el País Vasco hacen venta local y sin grasa”. El murciano Ricardo Fuentes, que en los sesenta vendía pescado puerta a puerta, ha forjado gracias al atún un imperio con actividad en Italia, Malta, Túnez y Marruecos. Tiene acciones en la almadraba de Barbate, la que ha formalizado la venta, aunque la negociación ha sido con representantes de Fuentes, según personas conocedoras de la negociación.

Hay cierta ironía en que durante años, los pescadores de cebo del Cantábrico han acusado a los grandes cerqueros de esquilmar el atún rojo. Juan Serrano, director general del grupo Balfegó, que tiene granjas en L’Ametlla de Mar (Tarragona), critica que este sistema se perpetúe: “La cuota es para pescarla, no es para alquilarla, transferirla o venderla”. El Gobierno ha aprobado una orden para limitar estas ventas a dos años seguidos. Su objetivo es que las flotas tradicionales no hagan negocio de forma sistemática con la cuota asignada gratuitamente por el Ejecutivo.

El año pasado, el Gobierno Vasco criticó la venta de parte de la cuota. Argumentó que no era serio pelear para conseguir más cupo para la flota vasca si luego se vendía a pesquerías industriales. El País Vasco ha creado una etiqueta, la Eusko Label, para identificar el atún rojo autóctono como “pescados de alta calidad capturados por barcos del País Vasco, de uno en uno sin redes, con artes de pesca tradicionales: caña (cebo vivo) y cacea o curricán”. Este año no habrá pescado con la etiqueta.

Entre una campaña y otra ha cambiado el Ejecutivo vasco y su posición. El director de Pesca, Leandro Ezkue, dice que comprende la postura de la flota “porque viene motivada por un pésimo reparto de la cuota en 2008” entre las distintas flotas. Azkue, que el año pasado era secretario de la cofradía de pescadores y partidario de la venta, insiste en que el parón “ni mucho menos va a ser definitivo” y que cuando se amplíe el cupo por la recuperación que experimenta el atún volverán a faenar.

Los arrantzales saben que su decisión tiene repercusiones cadena abajo, en lonjas, pescaderías, bares y restaurantes. “Entendemos que no es plato de gusto para los hosteleros, pero ellos también diversifican con pescado de otro sitio”, afirma Elduaien. Sistiaga da una opinión similar: “Es malo para los restaurantes que no haya cimarrón, pero este es un pueblo pesquero y sería mucho peor que no hubiera barcos. Si me garantizan que lo compran a 12 euros yo preferiría pescarlo”.

El cocinero Pedro Subijana, dueño del restaurante Akelarre, muestra sorpresa al conocer la venta: “No me hago a la idea. Todos los años usamos atún rojo de aquí porque está pescado de forma artesanal y sostenible. Será un inconveniente si este verano no hay ninguna pieza, aunque hay que entender las dificultades de los arrantzales, que no están suficientemente remunerados”. Subijana prepara cada año un plato con atún rojo comprado en Hondarribia. En el pasado triunfó con una combinación de lomo de atún rojo con ventresca de bonito. Esta temporada será de cambios.

Rafael Méndez en El País

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